Cuando llegué a vivir al entonces llamado Distrito Federal, el metro era uno de mis lugares favoritos para no hacer nada. No sé bien por qué pero disfrutaba mucho sentarme en uno de los entrepisos de la estación y ver pasar a la gente.
Estar ahí estorbando el paso de cientos de chilangos me servía como un pretexto para no pensar en las obligaciones del ITAM, al tiempo que según yo era una buena manera de entender mejor mi nuevo entorno y sus habitantes.