Para el próximo año nos deseo fortaleza y coraje, pero, sobre todo, que podamos aprender.

Aprender significa cambiar. La sabiduría implica saber qué cambiar, pero sin disposición a hacerlo, no lograremos vivir de forma expansiva y plena.

Aprender implica responder a los estímulos del entorno y ajustar nuestras acciones. Un niño no aprende a hablar solo memorizando palabras, incluso si conoce todo el diccionario. Debe cambiar cómo se comunica y manejar su cuerpo para hablar. Pues así, muchas veces en nuestra vida adulta decimos que aprendimos algo, pero no cambiamos nada. Estamos usando el concepto a la ligera. Acumular datos, experiencias, prejuicios o ideas no es aprender.

Cuando la vida toma un rumbo inesperado, solemos resistirnos. El apego, los afectos y el ego nos empujan a luchar contra los cambios. Pero esa resistencia nos aleja de participar plenamente. No todo será bonito, fácil o como queremos, pero querer que las cosas sean como son y desde ahí dejar que nuestro espíritu participe es una base sólida para transitar el año que llega y los que vendrán después.

Aquí algunos pedacitos de lo que 2024 me regaló y que con alegría comparto contigo:

Los procesos toman más tiempo del que pensamos, y los cambios son más súbitos de lo que creemos. Los procesos tardan más de lo esperado, pero los cambios ocurren de repente. Nuestra mente estima mal los tiempos y rara vez está lista para los imprevistos. Por eso, el corazón nos da calma y paciencia. Nos enseñan que la paciencia es una virtud, pero olvidan decirnos que reside en el corazón, no en la cabeza. Desde ahí, podemos persistir, confiando en que los resultados llegarán cuando y como deban.

Aprendí a valorar los “como’s” al mismo nivel que los “porqué’s”. Por mucho tiempo mi relación con la realidad estuvo mediada por la claridad de los objetivos, propios y de terceros. Me sentía cómodo en conversaciones y espacios que sirven para delinear futuros y trazar metas. Entre más joven más ambicioso. Pero las personas que me acompañaron este año, me enseñaron en sus formas, que los fondos no van solos. En sus abrazos, sus palabras cálidas, su presencia, su estar de la forma que estuviesen, pude ver con más claridad el sentido mismo de estar aquí y compartir el ahora.

Aprender implica soltar. Soltar lo que creemos sobre nosotros, los demás y la realidad puede ser doloroso, pero es esencial. Al soltar, abrimos espacio para nuevas perspectivas y conexiones más auténticas. 

La meditación no sucede sólo estando solo. Nos enseñan que quien medita suele estar en flor de loto, con los ojos cerrados, pensando en nada. Pero en mi experiencia y según varios textos que se atravesaron por mi camino este año, podemos hacer meditaciones, podemos pausar y calibrar el aquí y el ahora. Podemos habituar ciertas conductas y pensamientos que liberan la mente: el agradecimiento, la paz, la alegría por la alegría misma. Podemos regresar a nuestra respiración cuando sentimos que el mundo se desborda, pero para ello es necesario practicar en un espacio propicio y crear los momentos desde los cuales se vuelva parte de nuestra memoria muscular.

La fortaleza y el coraje no se ven como nos enseñaron. En una lágrima compasiva hay más fuerza que en los despliegues teatrales de quien violenta a otros. El coraje, primo hermano de la esperanza, se aventura porque se sabe parte de algo más grande, no porque busca ser el centro. Conforme vemos con más claridad, la falsa fortaleza se vuelve absurda, y la bondad, más deseable.

Gracias por leer. Que tu corazón te guíe por la próxima vuelta al sol ❤️

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